la llevaba colgando del cinturón como si fuera parte de mi cuerpo. era ya de noche cuando tomé mi viejo auto rojo para llegar a montisi, un pequeño pueblo medieval que forma parte del municipio de montalcino, siena. fueron unos 20 minutos de camino en lo que defino el paisaje perfecto.
ettore me había invitado. ettore es un amigo que conocí antes de que cayera el muro de berlín. trabajamos juntos unos meses en la solfotecnica, una fábrica de veneno de torrenieri, cuando creí ser un personaje más de brazil, de terry gilliam.
la ruta que une montalcino y sinalunga es una de las más dulces y silenciosas que conozco. sube y baja y curva y contracurva en medio de colinas, olivares, viñas y bosques toscanos. la música la llevo dentro.
atravesamos un montisi de fiesta. el barrio de la piazza había ganado la giostra di simone, una representación que hacen cada año al inicio de agosto de un torneo medieval en el que se enfrentan los cuatro barrios del pueblo. la fila de mesas y comensales llenaba la plaza y la calle principal. todos comían, reían, bebían y bailaban.
nosotros seguimos hasta llegar a la sala de cine sparm, donde comenzaba a llegar de cada rincón de la zona sur poniente de la provincia de siena, gente que había pasado los 40. bebían cerveza en la calle, en el bar del cine y al interior de la sala, a la que le que habían quitado las butacas para crear una pista de baile.
se trataba de una jump blues party, donde el grupo de djs londinense the shout collective, e integrado por jamie renton, norman druker, debbie smith y aly prince, hizo que en un momento, cuando bailaba solo en medio de la pista como uno más, tomara con mi mano derecha la α 6000 que llevaba colgando de la cintura.
fue un acto único, sin pensar en nada, seguir el ritmo de la música que colocaban esos viejos gringos, blues, funk y rock que yo creí haber olvidado, y disparar sin mirar demasiado a través de la pantalla de la cámara.
fluir, es lo que se me viene a la mente. hacer de todo un sólo movimiento. la música, el disparador, la función manual de la cámara, la música, bailar, circular entre todos ellos, en medio de tantos que se tocaban con la mirada y las palabras, y salir a una terraza que miraba viejos olivos y fumar y escuchar una historia de amor.
puedo no ser parte de nada. puedo recordar cosas que nadie recuerda, y olvidar lo indispensable. girar siempre alrededor de un mismo faro apagado. pero estar en un cine que no era cine, aquella mágica noche, fluir en esa música que todos llevamos dentro y disparar, fue lo único que yo necesitaba.
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