Los tres partimos en el auto rojo al mediodía de un domingo desde Tirano, Italia. Entre lo que llevaba, tenía mi D700, un gran angular (que murió en el camino) y un filtro de 16 stop. Lo habíamos decidido mi hija de 13 y yo, luego de nuestro viaje en solitario a Dubrovnck, Croacia.
Esta vez atravesaríamos Europa de sur a norte, hasta llegar a Letonia. En el último momento se sumó la madre de mi hija. No teníamos ninguna idea, reservación hotelera o ruta en mente, sólo hacer camino hasta llegar a lo más profundo del mar Báltico que pudiéramos.
Cargamos el auto rojo con lo esencial. Yo me puse con algunas camisetas, ropa interior, el cuerpo de la máquina, tres lentes, el trípode y un par de filtros ND que me harían ejercitar las matemáticas.
Hace ya un tiempo trabajo una nueva serie. Entiendo que la fotografía, como tantas otras cosas, es un viaje en sí mismo, el cambio a través del recorrido de un camino. Y entiendo el sentido de viaje de Carlos Castaneda y Paul Bowles. Pero para mí es el agua, cuyo movimiento dejo fluir a través de tomas con tiempos de exposición largos.
El auto rojo es como mi D700, pequeño, viejo y quema aceite, y dotado del espíritu, si esto fuera posible, el que nos llevó sin respirar por 5.500 kilíometros en dos semanas, caminando, respirando, comiendo o durmiendo diez ciudades de nueve países. ¿Y qué tienen que ver las matemáticas en todo esto? No sé, pero en eso estuvo Nicanor Parra, poeta, matemático y físico chileno, mucho antes de cada uno de nosotros.
En la serie trabajo con mi Nikon, un trípode con zapata de liberación rápida, un filtro ND de 16 stop y un disparador a distancia, y usaba un 17-35. Además de la calculadora y el cronómetro de mi teléfono móvil.
Y claro, la fórmula: Tiempo de exposición con filtro ND = Tiempo de exposición sin filtro ND multiplicado por dos elevado a la reducción del filtro ND en stop, que en el caso mio, es dos elevado a 16, o sea 65536.
Pasamos Austria, y la primera noche en Salzburgo. Vamos en una carretera de alta velocidad. Todo aparece y desaparece en un instante en el confín de mi campo visual. Disparo con la mente y vuelo sobre los campos que nos rodean teniendo firme el volante. Y veo fotografías que no puedo hacer. Las aspas de enormes molinos de vientos con que han sembrado en las colinas. Lo se, son mis ciclopes o guardianes de otro mundo. Atrás duerme mi hija. Y veo caminos que suben por colinas y curvan antes de llegar a ninguna parte. El Trigal con Cuervos de Van Gogh llena mi respiración a fines de agosto en alguna parte entre Austria y Polonia.
Soy uno con pasado de reportero gráfico, donde la velocidad es parte del DNA. Uno que piensa que los equipos son de acero y tienen la obligación de durar una vida, y que la técnica y la teconología no son nada más que instrumentos.
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